Jordi Teixidor muestra en el 
Palacio Almudí 'Travesía', y en La Aurora 'Obra reciente', una propuesta
 de itinerario al silencio de la estética
GONTZAL DÍEZ | Rotundidad, esa palabra define la obra de Jordi Teixidor.
 Una obra firme, densa, difícil, trabada, en la que conviven y se alían 
la geometría y el silencio. «Lo más interesante del laberinto es no 
encontrar la salida..., el día en que descubres la puerta se ha 
terminado el laberinto..., el día en que descubres la pintura, ya no hay
 pintura», afirma Jordi Teixidor (Valencia, 1941). «En la medida en que 
se enseña lo esencial se muestra todo», explica. Colores planos, 
superficies vacías «donde cabe la infinitud». Pintura pausada que 
necesita pausa y tiempo para perderse.
Teixidor muestra en la Sala de las Columnas del Palacio 
Almudí de Murcia 'Travesía', quince obras -quince territorios por 
conquistar o quince remotas regiones para ser conquistado- para que el 
público «se emocione y reflexione». Quince obras que son una propuesta 
de viaje en muchas direcciones. Viaje sin equipaje, sin lastre, pero 
viaje también de la memoria: viaje hacia el Norte y el Sur, hacia el 
ocaso y el amanecer; viaje sin destino y sin prisa. Viaje visual e 
itinerario mental. Intensidad. «Todo lo relacionado concepto de límite 
siempre me ha interesado», argumenta.
También muestra en la galería La Aurora 'Obra reciente', 
«puertas a nuestra propia razón», según escribe la historiadora del Arte
 Sofía Martínez Hernández. «Fantasía creativa. Sus lienzos poseen una austeridad que elimina cualquier emoción para que nos centremos en nuestra propia reflexión. Imágenes en las que ningún elemento distrae nuestra atención para que podamos abstraernos por completo. En sus imágenes predomina el negro, asociado a lo infinito; también introduce el oro, relacionado con lo trascendental», explica Sofía Martínez. Un 
feliz regreso de Teixidor a La Aurora, en la que ya mostró su obra a 
finales de los 90.
Cuadros-mapa más que cuadros-maleta. Los cuadros-mapa nos
 enseñan una ruta hacia el interior de nosotros mismos y nuestros 
sentimientos, marcan caminos posibles, rutas no siempre aconsejables que
 nos llevan a lugares de reposo y también de peligro. Los cuadros-maleta
 visualizan experiencias, nos acompañan, nos permiten rebuscar en su 
interior elementos reconocibles y detectar nuestras visiones y herencias
 estéticas y vitales. Decididamente las obras de Teixidor son 
cuadros-mapa que nos permiten recorrer fronteras, límites, fragmentos, 
interrogantes y texturas (como si de textos se tratase, aunque 
desconozcamos el alfabeto nos queda el ritmo y la cadencia), confines 
visuales donde el concepto de 'belleza' ya no tiene sentido. Teixidor 
nos lleva al centro y, a la vez, al extrarradio de la pintura más 
silenciosa y participativa. Más aventura que brújula. No hay narración 
sino algo que quizá podría ser definido como 'aromas'. Óleos en busca de
 la siempre enrevesada lucidez en tiempos cada vez más oscuros.
Rojos intensos que parecen flotar ante los ojos del 
espectador, retablos en negro, amarillos luminosos, dorados casi 
religiosos y espirituales. Zonas de 'contaminación' en las que 
sumergirse. Lujo y luto. «La geometría está muy cerca de la 
religiosidad, yo realizo retablos sin narración», explica el pintor 
valenciano. Óleos de sus series 'África', 'Monreale' y 'La joie de 
vivre', ('La alegría de vivir'); y obras que nos adentran en 'La 
confusión de los días' (2001), una hermosa pieza en la que el amarillo 
crea un tejido, una red que 'triunfa' sobre las sombras.
Un poema de TS Eliot abre la muestra del Palacio Almudí: 
'¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado? / Si cuento, sólo 
estamos tú y yo juntos, / pero si miro hacia delante por el blanco 
camino / siempre hay otro a tu lado'. «La creación de un poema se asemeja mucho a la de un cuadro», recuerda Sofía Martínez Hernández que 
afirma Teixidor. Quizá ese sea el misterio de la pintura: descubrir 
quién es ese otro invisible que nos acompaña.

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